viernes, 8 de julio de 2022

Cincuenta

Respiro hondo, contengo. Exhalo lentamente. Me siento liviano, cada vez con menos equipaje. ¿Hacia donde voy, qué es lo que quiero para mi? ¿Qué es lo que no quiero? Este proceso de alivianar mi viaje es a la vez desintoxicación. Estoy expulsando todo aquello que alteró parte de mis circuitos. De a ratos necesito anestesiarme; cuando se callan tantas voces, se torna opresivo el silencio. El vacío inquieta.

Logré eyectarme de un vehículo acelerado y ahora el tránsito es más lento. Puedo ver a los costados y reencontrarme con el paisaje que la velocidad me impedía ver. De a ratos, el recorrido se vuelve monótono, es verdad. Pero es el paisaje que conozco y me provoca placer ver.

Ahora puedo contemplarme y bucear hasta donde antes no podía. Estoy dentro de un cuadro más amplio, un cuadro dentro de otro. Una suerte de rizoma que me conecta con lo que hay acá y lo que está más allá.

Mi alma a los cincuenta hace una pausa y se proyecta hacia el futuro, mira en retrospectiva y enfoca su deseo en lo que se tiene que recorrer a partir de ahora.