Su rostro me resultaba
extrañamente familiar y esa mirada penetrante aun persiste alojada en mi
memoria. Estoy seguro que algún lazo por ahora indescifrable me une a ese viejo
sabio que maneja con infinita calma, los enormes engranajes de ese reloj de los
tiempos.
A la distancia, recorro con mayor precisión los pliegues de su cara, la barba tupida y prolijamente enmarañada; su incipiente calva. Dos detalles me llamaron la atención, algo perturbadores ellos: el color blanquecino de todo el rostro, y una suerte de pequeña protuberancia –tal vez una pequeña corona, no lo se, hasta hoy sigue siendo difuso- que asomaba tímidamente en su cabeza. Lo pensé un ángel, un ser de luz –tal vez por su blancura- o un tal Alfredo O, aquel enigmático maestro con quién me topé en una quinta en José C. Paz, allá por 1996, cuando la búsqueda frenética me llevó a ese encuentro fugaz. Por un momento, se me antojó el profe Abel Maciel, con quién compartí mis días en el Verbo Divino.
A la distancia, recorro con mayor precisión los pliegues de su cara, la barba tupida y prolijamente enmarañada; su incipiente calva. Dos detalles me llamaron la atención, algo perturbadores ellos: el color blanquecino de todo el rostro, y una suerte de pequeña protuberancia –tal vez una pequeña corona, no lo se, hasta hoy sigue siendo difuso- que asomaba tímidamente en su cabeza. Lo pensé un ángel, un ser de luz –tal vez por su blancura- o un tal Alfredo O, aquel enigmático maestro con quién me topé en una quinta en José C. Paz, allá por 1996, cuando la búsqueda frenética me llevó a ese encuentro fugaz. Por un momento, se me antojó el profe Abel Maciel, con quién compartí mis días en el Verbo Divino.
El mensaje resuena críptico
todavía; comunicación sin palabras ni gestos, de alma a alma. Solo una
indicación clara, paternal, consejo de sabio: “esforzate por transmitir cada
día la fantasía de lo real”. Segundos antes, en esa madrugada
húmeda de lunes, eclipsado tal vez por la contundencia del mensaje, el relato
ofrece una escena de aviones que se estrellan en forma sincronizada, en playas
repletas de bañistas ubicadas en diferentes partes del mundo. Hay un hilo
conductor, difuso quizás, aunque últimamente aparecen en mis registros, aristas
que se bifurcan a partir de esta iluminación.