lunes, 9 de enero de 2017

Choele Choel

Es de noche en Choele Choel y llueve a cántaros. Caen rayos por todos lados y los árboles se desarman en ese cámping repleto de soldados y camiones militares. Es Enero de 1979 y estamos nosotros solos, durmiendo en carpa, rodeados por un centenar de hombres de verde que marchan a la frontera con Chile. Parece que estalla la guerra.

Mis ojos curiosos espían por la hendija abierta del cierre de la carpa y los veo incólumnes bajo el temporal mientras continúan con sus preparativos ¿Dormirán aquí en este cámping olvidado?¿O marcharán a la guerra ahora mismo?¿Y qué habrán cenado?¿Algún guiso de fideos como nosotros? Todas preguntas que mis seis años intentaban capturar sin pausa?

Llueve y estamos todos en la carpa: papá, mamá y mis hermanos; otra cosa no se puede hacer en un cámping si llueve como llovía esa noche en Choele Choel. Pero los soldados iban y venían bajo el aguacero hostil haciendo sus cosas. De repente una rama se quebró por el viento y el álamo cedió, partiéndose en dos, cayendo al suelo sin lastimar a nadie. En ese lapso, intuí una tragedia que no fue ¿Y si la tragedia venia después, en la guerra, donde habría disparos de verdad? Mi cabeza niña no podía contemplar este desenlace, porque la idea romántica de los soldados y la guerra estaba muy presente en mi como en todos los niños. Además, mis juguetes favoritos eran los soldaditos de plástico -tenía cientos, casi la misma cantidad  que los soldados aquella noche en el cámping- y en los juegos de guerra que hacía cada día, las muertes no eran muertes, y las victorias siempre daban lugar a revancha.

A la mañana desperté raudamente , algo turbado, y me desplacé hasta la entrada de la carpa para ver si los soldados seguían allí. No estaban; el cámping estaba desierto. Desolado. Solo nosotros, la carpa y la F 100 en la que viajábamos. Una angustia creciente me invadió, preocupado yo por la suerte de los soldados ¿Ya estarían luchando? ¿Habrían matado a alguno? ¿Y quién estaría ganando?

Absorto en mis pensamientos, el llamado de mamá me devuelve al llano: el desayuno me espera, té con leche y galletitas Criollitas. Ya estaban todos despiertos y en un rato seguíamos rumbo hacia los lagos del sur. Papá desarmó la carpa, preparó la camioneta y nos fuimos. Casi llegando a la entrada del cámping, tuvo mucho cuidado y esquivó la rama de álamo partido, esa que quebró la tormenta y que aún yacía en el camino de acceso.